19 de marzo de 2010

Olor a viejo

Hace unos días viajé treinta eternos minutos en micro, sentado al lado de un anciano. Un señor de edad avanzada, de esa edad que da escalofríos verla: tiñe de fragilidad las extremidades y el aspecto de una persona que fue “último modelo”. Una edad que va normalmente acompañada de bastón y seguida de un particular olor. ¿A encierro? ¿A ropa vieja? ¿A viejo? Un olor que condensa una verdadera enciclopedia de cotidianidades, la verdadera e individual sabiduría para el último de los días.
Reparé en sus manos arrugadas y unas uñas largas, gruesas y amarillentas, para recordar esa idea maldita de que todos nosotros, todas nuestras entrañas, nuestra piel, será teñida de la misma fragilidad en el largo, mediano o corto plazo. Nos arrugaremos. Las uñas nos crecerán deformes. Nuestra boca no será sino una mueca de dolor, tristeza y desgano. Y de soledad, porque los dientes la abandonarán. Nuestros hombros no querrán izar jamás el emblema del cuello porque nuestra cabeza decidirá mirar hacia el suelo: estaremos cansados de observar generaciones que no entenderemos, y que no entenderán por qué no las entendemos.


17 de marzo de 2010

Del terremoto se han escrito muchas cosas

Hago aquí abandono del narrador ambiguo, independiente del autor himself pero que al mismo tiempo se disfraza de su personalidad. Estas palabras soy yo y son una mezcla espanto y conmiseración. Son el dolor silencioso y culpable de una persona que no fue afectada mayormente por el terremoto/maremoto del 27/02/2010. Son un dolor que es repercusión del dolor ajeno, a cuyo soporte han sido condenados cientos de chilenos y que es difícil de jerarquizar, aunque la pérdida de familiares, parejas y amigos es probablemente el más grave. Hay sin duda más llagas: la pérdida del techo digno, de la fuente de trabajo, de alimentos y las cosas que nos mantienen vivos, de las condiciones higiénicas que también nos mantienen vivos; la pérdida de la salud mental, de la integridad física -pensemos en alguien que quedó lisiado-; la pérdida de la seguridad personal y bienes a causa del vandalismo, saqueos, buitrismo. La pérdida de la dignidad humana por el hecho de vivir en un lugar porfiadamente no preparado para estas catástrofes.
Hoy veo miseria y ayuda material que probablemente será transitoria porque en este país nos olvidamos de todo. Y en quince o veinte años más, cuando acontezca de nuevo, casi la totalidad de los chilenos se habrá olvidado de lo vulnerables que somos por vivir en esta larga y angosta “falla” de tierra, como leí en alguna parte.