25 de abril de 2010

Trini

Todas las noches hay que entrar a la perra. Mi mamá autoriza que duerma en la cocina.
Todas las noches salgo al patio y el procedimiento es el mismo. Abro la puerta, no enciendo la luz porque me da lata y en consecuencia ingreso en una oscuridad casi total rodeada de olivos que a medianoche son siluetas negras, en una escena similar al Imperio de la Luz, de Magritte. Llevo a la cocina sus pocillos de agua y comida y salgo nuevamente a buscar su cama fabricada para animales humanizados.
En ese momento, y en la más absoluta soledad, se apodera de mí un miedo terrible y sin explicación. Cada vez que me dirijo a su casita y me agacho y enfrento su puerta para sacar la cama, pienso que adentro hay otro animal, un perro o un gran felino, esperando a que yo ingrese mi mano para aplicar sobre ella una mordida dolorosa, punzante y primitiva, consumando así una malévola y gruñida emboscada.
Después me levanto, me devuelvo a la casa, la mía esta vez, cierro la puerta, arrojo la cama de la perra al suelo y me voy a mi pieza pensando en las estupideces que soy capaz de imaginar.

20 de abril de 2010

Hay un olor espantoso en la pieza
y una sábana rota en tu piel
hay una idea cubierta de polvo
y lágrimas lloradas. Yo entré

a sacar mis cosas encerradas
a encerrar demonios, cicatrices, a encerrar
la manera definitiva de salvarme

A veces pienso que mis ojos me mienten
me dicen que el mar es más vasto
y que la tierra está desnuda