9 de diciembre de 2019

Sueño 2019 - I

Soñé que sonaba mi teléfono.
Contesté
y en medio de ruidos
de interferencia
ahí estaba
podía oírla
cada vez
con mayor claridad:
era mi voz, era yo
al otro lado del teléfono
en un lugar imposible
diciéndome algo
un mensaje sagrado
y oculto
porque no lo alcancé a recordar
cuando desperté.

28 de octubre de 2013

Adagio

Te vi
y eras tu sombra.
Te hablé
pero no tenías voz.
Te toqué
y eras niebla.
Te supe
y te difuminaste.
Y me hablaste.
Pero yo era sordo.
Me tocaste
y yo era todo.
Me supiste
y yo era el mismo.
El mismo que nunca fui.
El mismo que nunca vio.
El mismo que nunca habló.
El mismo que nunca hizo
y que siempre deshizo.
Éramos dos espejos
puestos vanamente uno frente al otro.
Algún día, espero,
eso que creímos ser
será lo que siempre
dimos por habido.
Algo, una idea, un estado, un mundo
que haremos nuestro únicamente
si renunciamos
a mirar lo invisible,
a nombrar lo que no existe
y a callar
el caos que forzosamente nos arroja
al tiempo de todos los que seremos
y olvidaremos ser.

24 de marzo de 2013

Sueño de una noche de verano versión sci-fi

    Verano. Probablemente mediodía en un concurrido balneario. Caminamos bajo el infinito sol por un lugar lleno de restaurantes y mesas en la calle, entre el alegre murmullo de la gente y un difuso ambiente de felicidad multitudinaria, hasta que llegamos a un extremo de la playa donde repentinamente, como si lo hubiésemos adivinado o hubiese estado incorporado en nuestra mente, supimos que se acercaba un tsunami. La felicidad colectiva se diluyó una necesidad primitiva de correr lo más rápido posible a encerrarnos en la cabaña. Quedé atrás en la carrera, y todos alcanzaron a entrar menos yo. Toqué inútilmente la puerta porque nadie abrió, mientras oía cada vez más cerca el amenazante rugido de la ola. Volví a golpear. Desde adentro me gritaron que no cabía nadie más. Sin tiempo para explotar de rabia o sentirme humillado, corrí hacia el cerro de atrás y conseguí, aferrándome a unos peumos o cedros, no recuerdo bien, llegar hasta arriba y zafar del maremoto que ya había alcanzado, pensaba, el balcón de la cabaña, según lo que podía escuchar, porque por la desesperación no quise ni tuve tiempo para mirar y comprobarlo. El asunto es que llegué a una suerte de meseta totalmente urbanizada con jardines impecables y modernos edificios blancos de baja altura, como un condominio de verano para gente ABC1, totalmente indemne y ajeno a la catástrofe. En paz. Noté también, con alegre sorpresa, que otra víctima había subido el cerro junto a mí. Intercambiamos opiniones sobre lo sucedido y estrechamos las manos en señal de despedida. El maremoto había terminado y yo aún debía limpiarme y cambiar de ropa para esperar adecuadamente a los ovnis, porque en ese universo, en ese planeta paralelo, después de un maremoto siempre venían los ovnis y era costumbre estar muy elegante para recibirlos. Bajé a la cabaña y ya estaban todos instalados en el balcón orientado hacia la playa. A cada uno se nos asignó una copa, que solemnemente llenamos con champaña. La noche era mágica y no necesitábamos más luz que la de las estrellas y la Luna. De pronto, una estrella se hizo cada vez más grande y brillante. Eran ellos. Nos abrazamos y contemplamos cómo esa estrella se acercaba y nos dejaba descubrir su verdadera naturaleza: una esfera metálica seguida de una cola de fuego producto de la velocidad con que se aproximaba. Cayó sobre el mar, a poca distancia de la orilla. Era majestuosa, brillante, sobrecogedoramente ajena. Inmóvil. Algo tenía que suceder ahora, después de todo el espectáculo. Efectivamente, de la esfera se abrió una compuerta, emergiendo una larga plataforma en dirección a la playa. Minutos después, una diminuta esfera rodó a través de la plataforma hasta quedar detenida en la arena. De ella, a su vez, se abrió una compuerta y salió expulsada una radio negra en la que sonaba una canción de Selena Gómez. Alcancé a divisar la pantalla, que sintonizaba la 102.1, Radio Disney.