12 de agosto de 2008

Summer tale

Hacía tanto calor esa tarde que apenas podía moverse por los pasillos oscuros de la casa. Asomó su cabeza por la terraza en busca de algún vecino con quien compartir la tragedia. Nadie. Unos perros que jadeaban se quedaron mirándolo y moscas, muchas moscas, hacían círculos de desesperación al frente suyo. Entró en su círculo. Pero olvidó un detalle: sus pies descalzos y los cincuenta y cinco grados de calor que sacudían la ciudad. Apenas pisó la superficie empedrada que había sido castigada por el sol durante todo el día, sus pies se adhirieron ella. Fue irreversible. Sus extremidades habían empezado a despedir humo de cocción y un aroma a carne quemada que atrajo más moscas al círculo. Gritó. Otra vez, nadie se acercaba o respondía. Mientras sus pies seguían asándose, pudo constatar por qué nadie había acudido: en las terrazas de las casas contiguas yacían cuerpos o, mejor dicho, restos de cuerpos humanos quemados, negros, arrugados, devorados por moscas y avispas.

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