28 de octubre de 2013

Adagio

Te vi
y eras tu sombra.
Te hablé
pero no tenías voz.
Te toqué
y eras niebla.
Te supe
y te difuminaste.
Y me hablaste.
Pero yo era sordo.
Me tocaste
y yo era todo.
Me supiste
y yo era el mismo.
El mismo que nunca fui.
El mismo que nunca vio.
El mismo que nunca habló.
El mismo que nunca hizo
y que siempre deshizo.
Éramos dos espejos
puestos vanamente uno frente al otro.
Algún día, espero,
eso que creímos ser
será lo que siempre
dimos por habido.
Algo, una idea, un estado, un mundo
que haremos nuestro únicamente
si renunciamos
a mirar lo invisible,
a nombrar lo que no existe
y a callar
el caos que forzosamente nos arroja
al tiempo de todos los que seremos
y olvidaremos ser.

No hay comentarios: