Suelo deliberadamente desenchufar los cables con una sola mano, la derecha, sin mayor cuidado, e inclusive oprimiendo los dedos contra el enchufe. A veces lo hago con las manos mojadas, por ejemplo, tratándose del secador de pelo o la afeitadora eléctrica. Nunca he sabido bien por qué. O quizás no he querido saberlo positivamente; desterrar la mera y banal prisa, desnudar algún pensamiento suicida. El punto es que cuando hago las dos últimas maniobras, normalmente frente al espejo del baño, y habiendo salido indemne de ellas, visualizo ese cuadro de Jacques-Louis David, La muerte de Marat, y pienso en las posibilidades que no se han hecho realidades. Aunque probablemente para Marat, o lo que habitó su cadáver, ya no haya otra tangible o terrenal realidad. Después simplemente me seco las manos, voy a buscar el celular y el iPod y a apagar el destartalado notebook, que ya estoy atrasado, no sin antes haber desenchufado brutalmente los cargadores de todos ellos. Y salgo a la calle pensando ya no en más enchufes, sino en las esquinas, y en las posibilidades de morir que hay en todas ellas.
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