13 de septiembre de 2010

Concierto para violín y orquesta, 2º mov., P. Tchaikovsky.

Me absorben los clarinetes iniciales:
hablan en acordes patéticos
tristemente hermosos
como si la orquesta sonriera a través de su lamento
una sonrisa que no es alegría
tampoco llanto
la antesala, quizás, del llanto
o simplemente
la ambigua mueca de la frustración.


23 de julio de 2010

Hasta las entrañas

Que la sangre suba y tape las arterias infinitas
una gran ofrenda alzada irremediablemente al cielo
y a los suelos barridos por nuestros pensamientos.
Nada habrá que decir entonces
porque lo dado será únicamente una inmensa noche
y un enorme arabesco de constelaciones luminosas
metálicas
sonoras.
Porque en definitiva
seremos todos mudos
sordos

ciegos
y tú y yo mutilados hasta las entrañas
de las más intangibles ideas
De modo que ya no existirá
necesidad de decir ni definir:
las palabras se habrán quebrado
y la sangre se habrá diseminado
por el contorno definitivo de la vida.
Es así.
El aire y el sol que sorbemos
las canciones guardadas en la profundidad de los recuerdos
la ecuación indescifrable de las emociones
y todas las luces y todas las horas
todo grito y toda lágrima
habrán ya dejado de tener lugar
en los ojos de uno que están, digamos
cubiertos
por su propio invierno;
rodeados
de su propio infierno.


22 de mayo de 2010

Hipocresía

No me gusta la pulcritud y asepsia gélida de los baños modernos
Un minimalismo entendido a base de lo albo de los glaciares
a base de una sobriedad que no es exquisita
sino sequía absoluta de originalidad.


25 de abril de 2010

Trini

Todas las noches hay que entrar a la perra. Mi mamá autoriza que duerma en la cocina.
Todas las noches salgo al patio y el procedimiento es el mismo. Abro la puerta, no enciendo la luz porque me da lata y en consecuencia ingreso en una oscuridad casi total rodeada de olivos que a medianoche son siluetas negras, en una escena similar al Imperio de la Luz, de Magritte. Llevo a la cocina sus pocillos de agua y comida y salgo nuevamente a buscar su cama fabricada para animales humanizados.
En ese momento, y en la más absoluta soledad, se apodera de mí un miedo terrible y sin explicación. Cada vez que me dirijo a su casita y me agacho y enfrento su puerta para sacar la cama, pienso que adentro hay otro animal, un perro o un gran felino, esperando a que yo ingrese mi mano para aplicar sobre ella una mordida dolorosa, punzante y primitiva, consumando así una malévola y gruñida emboscada.
Después me levanto, me devuelvo a la casa, la mía esta vez, cierro la puerta, arrojo la cama de la perra al suelo y me voy a mi pieza pensando en las estupideces que soy capaz de imaginar.

20 de abril de 2010

Hay un olor espantoso en la pieza
y una sábana rota en tu piel
hay una idea cubierta de polvo
y lágrimas lloradas. Yo entré

a sacar mis cosas encerradas
a encerrar demonios, cicatrices, a encerrar
la manera definitiva de salvarme

A veces pienso que mis ojos me mienten
me dicen que el mar es más vasto
y que la tierra está desnuda


19 de marzo de 2010

Olor a viejo

Hace unos días viajé treinta eternos minutos en micro, sentado al lado de un anciano. Un señor de edad avanzada, de esa edad que da escalofríos verla: tiñe de fragilidad las extremidades y el aspecto de una persona que fue “último modelo”. Una edad que va normalmente acompañada de bastón y seguida de un particular olor. ¿A encierro? ¿A ropa vieja? ¿A viejo? Un olor que condensa una verdadera enciclopedia de cotidianidades, la verdadera e individual sabiduría para el último de los días.
Reparé en sus manos arrugadas y unas uñas largas, gruesas y amarillentas, para recordar esa idea maldita de que todos nosotros, todas nuestras entrañas, nuestra piel, será teñida de la misma fragilidad en el largo, mediano o corto plazo. Nos arrugaremos. Las uñas nos crecerán deformes. Nuestra boca no será sino una mueca de dolor, tristeza y desgano. Y de soledad, porque los dientes la abandonarán. Nuestros hombros no querrán izar jamás el emblema del cuello porque nuestra cabeza decidirá mirar hacia el suelo: estaremos cansados de observar generaciones que no entenderemos, y que no entenderán por qué no las entendemos.


17 de marzo de 2010

Del terremoto se han escrito muchas cosas

Hago aquí abandono del narrador ambiguo, independiente del autor himself pero que al mismo tiempo se disfraza de su personalidad. Estas palabras soy yo y son una mezcla espanto y conmiseración. Son el dolor silencioso y culpable de una persona que no fue afectada mayormente por el terremoto/maremoto del 27/02/2010. Son un dolor que es repercusión del dolor ajeno, a cuyo soporte han sido condenados cientos de chilenos y que es difícil de jerarquizar, aunque la pérdida de familiares, parejas y amigos es probablemente el más grave. Hay sin duda más llagas: la pérdida del techo digno, de la fuente de trabajo, de alimentos y las cosas que nos mantienen vivos, de las condiciones higiénicas que también nos mantienen vivos; la pérdida de la salud mental, de la integridad física -pensemos en alguien que quedó lisiado-; la pérdida de la seguridad personal y bienes a causa del vandalismo, saqueos, buitrismo. La pérdida de la dignidad humana por el hecho de vivir en un lugar porfiadamente no preparado para estas catástrofes.
Hoy veo miseria y ayuda material que probablemente será transitoria porque en este país nos olvidamos de todo. Y en quince o veinte años más, cuando acontezca de nuevo, casi la totalidad de los chilenos se habrá olvidado de lo vulnerables que somos por vivir en esta larga y angosta “falla” de tierra, como leí en alguna parte.


1 de enero de 2010

Dos mil diez

El calendario ya había impuesto una nueva década. Pero nosotros esperamos la salida del sol. Eramos tantas cabezas y de pronto, entre todas ellas, sobre la skyline arbitraria y sinuosa de la ciudad, se elevó la más brillante, amarilla y redonda de todas. Ya era primero de Enero. El asfalto comenzaba a despedir vapor. Nuestros corazones empezaban a albergar la idea de que sería un año excelente.